Flashback

miércoles, 17 de septiembre de 2008

El mismo cielo sobre mi cabeza, cambiando de color a un paso increíble, y la misma brisa arremolinándose en mi pelo, que no tiene caso: nunca va a estar peinado. Las mismas manos desordenándolo y los mismos brazos apretándome con las dosis exactas y equilibradas de fuerza y delicadeza... sí, como si yo fuera una cosa muy pero muy valiosa. El mismo aroma dulce impregnado en ese aire tan típico (para mí) de la transición entre estaciones. Y palabras. Incomprensibles y un poco innecesarias en ese momento, veloces, escurridizas, escapándose con el viento, como queriendo burlarse de mí. Igual que hace unos años.
Tan vívido todo, tan detalladamente quedó grabado en mí ese torrente sensorial eterno, que los miles de mínimos instantes que atacan mi memoria se me enriedan en la cabeza y se me hace muy difícil redactar.
Qué estupidez... pero necesitaba hacía tiempo un buen motivo para sentarme un rato a descargar la mente, y al fin lo encontré. O más bien, lo volví a encontrar. Y no quiere decir que ahora mi vida vaya a cambiar radicalmente; tampoco quiere decir que ahora sí pueda explicar por qué cada vez que recuerdo haber estado confundida/indecisa/feliz, doy la misma descripción acerca de las palabras. Como si fueran un estorbo necesario o una necesidad accesoria.
¿Por qué será? tal vez porque una parte de mí sabe que en momentos como ese y días como ayer, lo último que debí hacer era intentar hablar. Pero, ¿cómo no iba a hacer eso? si las ganas de expresarme, de vaciarme, de vomitar el despelote que tenía dentro desde hacía meses, días, años, me consumían y no aguantaba más.
Está claro que a veces se me olvida controlar el impulso de la curiosidad. Pero me gusta que exista alguien capaz de comprenderlo tan bien. Y todo esto es lo más incoherente del mundo pero no me importa, porque soy muy, muy afortunada. Por tener momentos como ese.
Y días como ayer.