Al norte, al sur

sábado, 17 de noviembre de 2007

Puse un pie en la acera esperando que algo cambiara, pero nada ocurrió. Típico.
Comencé a caminar cada vez más rápido, como si de esa manera pudiera dejar atrás a la confusión que en realidad no hacía otra cosa que aferrarse a mi pierna como una garrapata. Las gotas que caían del cielo se mezclaban con las que resbalaban de mis ojos y con la tormenta que se agitaba dentro de mí. Tuve miedo de ahogarme, pero continué sin detenerme. Paré a comprar chocolate y cigarros para llenarme un poco de basura reconfortante. Y qué ilusa fui al salir de la tienda a la calle con la misma vana esperanza de que algo cambiara. Nada puede controlar mis sentimientos ni mi actuar cuando me ciego, simplemente tropiezo una y otra vez, sin excepción.
¿Cuándo fue que todo comenzó a desmoronarse? esa pregunta se repetía insistentemente, millones de veces dentro de mi cabeza, mientras seguía avanzando inercialmente. ¿Cuándo fue que sacaron el primer ladrillo, que yo no me di cuenta?.
Me había fallado la percepción, y era primera vez que me pasaba. Era también primera vez que me fallaba la indiferencia, el aplomo, la inconstancia y esa estúpida sensibilidad, terca hasta lo insoportable. ¿Por qué? si lo había hecho todo tan bien. Me habían dado vuelta el esquema en 180 grados, y ahora, empujando al viento con el cuerpo pesado por la humedad, la brújula interior se había roto en mil pedazos.

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